El bambú crece a cada rato, a este paso tendremos un jardín zen antes de que finalice el verano. Las primeras semillas de flores empiezan a germinar. Celebramos cada pequeño brote como si fuera un miembro más de la familia.
Ahora reciben incluso mucha más luz, Teresa, la vecina, ha podado parte del árbol que compartíamos, dejándonos con las ganas de probar sus frutos. Igual pensaba que nos molestaba, pero para nada.
Algunas noches, cuando el tiempo es benigno, salimos al jardín a contemplar las estrellas a la luz de las velas. A los niños les encanta, y es un gusto mirarlas con sus ojos. A un acto tan simple lo llenan de magia. Ellos lo llaman fiesta de pijamas. ¡Nos regalan cada momento!
Disfruto especialmente de esas mañanas al sol, en las que divagamos sobre la vida, el amor, los traumas, el sexo, los miedos, los condicionamientos... Lo que se nos ocurra. Con mi segunda infusión y su tercer café nos desayunamos las limitaciones y los avances, los errores y los aciertos. A veces lo acompañamos de lecturas que resultan idóneas para el tema en cuestión. Y hay temas que pueden durarnos hasta la infusión de la noche o hasta el desayuno de toda la semana.
Me gustaría seguir relatando los días en la casa azul, hablaros de la invasión de las hormigas, de los paseos en bici y todo un mundo más, pero es que me acabo de dar cuenta de que tengo el sofá lleno de ropa por doblar... ¡Es lo que tiene tener una compañera yonki de la lavadora!
Es una casa en abierto, podéis pasar y compartir historias.
Besotes.
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