Antonio, el vecino de arriba y cuñado de la casera, es ya un habitual. Lo mismo te mira un calentador, o sea, lo mira y poco más, que se pone hasta arriba de mierda para desatascar. Es un sol, la verdad. Comparte internet con nosotras a cambio de una caja de yemas. Siempre está. Hasta se ha ofrecido a solicitarnos ayuda para los recibos, desde que ha hecho un curso de cooperante está que no hay servicio gratuito que se le resista.
Cada día es una sorpresa en cuanto a operarios a recibir. Un día nos desayunamos con Antonio, José (el controlador de la calle) y el lampista (chapuzas en mi tierra); y aunque nosotras no tenemos muy claro a qué han venido, ellos parecen dominar la situación recorriendo el pasillo con propiedad hasta llegar al jardín, hacer sus cosas (a día de hoy aún no sé a qué vinieron) y marcharse por donde habían entrado ante nuestra mirada, iba a decir alucinada, pero a estas alturas nuestra mirada ya es impasible. Simplemente seguimos desayunando como quien lo hace en una terraza de un café... Saludando a los conocidos.
Hemos abierto a pintores, al instalador de canal +, los operarios de internet, el droguero que nos trae el desatascador a casa, un señor de pelo cano que vino, miró una puerta, puso un tornillo y se fue; el chico guapo del seguro pero con mala tarde, spiderman el desatascador y su prometedor trasero... No sé si me dejo alguno. Hay que tener en cuenta que la media de visitas es al menos de dos veces: una para mirar y valorar, y otra para resolver (en el mejor caso).
Yo quería una casa con muchas visitas masculinas... ¡Me olvidé de especificar!
He de reconocer que vamos de peor a mejor en cuanto a operarios. De los que entran y no vienen a arreglar nada os hablo mañana.
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